lunes, 27 de octubre de 2008

Aquí nadie está a salvo

Por Eliana Comas

La semana pasada escuché que un chico en la plaza mató a otro y que nuevamente, ante los continuos sucesos de violencia se insiste en mayores medidas de seguridad.

Ahora se habla de bajar la imputabilidad a menores de edad en delitos graves. Pero poco se dice acerca de los altos índices de desocupación, indigencia, drogadicción. Es en este sentido, que no veo un análisis crítico de la situación que parece ahogarnos en el miedo y la sumersión privada.

Me pregunto ¿por qué un niño mata?, ¿un adolescente mata?, ¿los seres humanos matamos? Observo con tristeza una desvalorización por la vida, extremas distancias sociales “lo mato y le robo porque es rico” y una atenuante, la droga enceguecedora.

En la medida en que se pida más mano dura y se ignore lo coyuntural, la inseguridad se disparará. Entonces, como todo aquello que naturalizamos, uno, dos, tres muertos diarios seguirán sin llamarnos la atención.

Pensemos un instante si en estos casos el asesino es una víctima. Particularmente, creo que lo es. Muchas veces un precoz delincuente que prepotea pidiendo algo y sin temor rompe una botella y no vacila en cortarte es una víctima de su entorno. Mata porque él es, en el peor de los casos, un muerto en vida que merodea en los márgenes de la ciudad. Golpea porque ha sido humillado, invisibilizado, abusado en su integridad. Sí, estorba, molesta por eso es necesario eliminarlo y extirpar el mal de los males.

Así, la inseguridad es compleja, injusta, multiplicadora de odios. Es además, una problemática arraigada en lo social, que lejos está de abordarse por sus diferentes aristas. Y sólo una voz, un punto de vista pretende imponerse como la verdad con mayúsculas.