Por Eliana Comas
Y una vez que has recorrido la extensión de tu mente, lo que
gobiernas es tan claro como un registro de cargas;
no debes pensar que alguna otra cosa
existe.
¿Y cual es el beneficio? Sólo que, con el tiempo,
identificamos a medias las ciegas marcas
que todas nuestras acciones llevan, podemos hacerlas remontar a su origen.
Pero confesar
en aquel descolorido atardecer en que nuestra muerte empieza,
lo que era, difícilmente satisfaga,
porque se aplicó solo a un hombre una vez,
y a ese hombre, agonizante.
Este es un fragmento del poema de Philip Larkin que aparece en el libro Contingencia, ironía y solidaridad de Richard Rorty. Es un punto de partida, que nos permite pensar que nuestro yo (al igual que nuestro lenguaje) consiste en un tejido de contingencias antes que en un sistema de facultades estructuradas.
Somos seres inconsistentes, únicos y con un yo diferente al de nuestros prójimos. Poseemos ciegas marcas, que son puras posibilidades y una vida para nada firme. Entonces, una y otra vez toda descripción literal de nuestra identidad fracasará porque somos de este modo, pero podemos ser de otro.
*El título es creación de la autora de esta entrada.