Desde hace dos años vive en un asilo de ancianos. Antes pasaba sus días, en las afueras de la ciudad, en una casa quinta modesta. Fue su larga edad y su salud intermitente las que lo llevaron a encontrarse con gente de su época, en un lugar que ya no era el suyo sino el de todos.
Habitualmente se sienta a esperar visita (si es que llega) y charla con los de su alrededor, la política es su temática privilegiada. Es que ha vivido diversos sucesos con sus 80 y pico de años. Siempre recuerdo cuando me contó sobre el cometa Halley, los inicios del Peronismo y
Y así pasa sus días, lejos atrás quedaron sus perros, sus vacas, sus herramientas, sus andazas de galán. Hoy parece estar contando las horas, minutos y segundos. Con ansiedad espera que el invierno se alargue, la primera se retrace, los recuerdos se hagan presentes. Lo veo deseoso de quedarse allí, en otros tiempos, con su esposa, sus hijos, cortando leña para alimentar el fuego.
Es que su cuerpo ya no le permite hacer cosas por sus propios medios pero su alma, su esencia interna, sigue en pie. Eso es la vejez, algo que escuché alguna vez, un desfasaje entre el cuerpo y el alma.